4.11.09

Hace frío
no hay pájaros
llegó la noche.

Tengo un lápiz y un papel. No tengo dónde escribir: el papel esta lleno de rayones y garabatos. No tengo cómo escribir: el lápiz es largo, pero no tiene mina. No veo la mina, no veo el espacio libre.
Lanzo el lápiz contra la pared y aparece una marca gris. Cojo el lápiz e intento escribir, no escribe. Lanzo el lápiz contra la pared, ya son dos marcas. Vuelvo a recojer el lápiz y vuelvo a intentar escribir con él.
Demonios.
No escribe. Me pongo rojo. Cojo el lápiz y lo lanzo contra la pared, vuelvo a cojerlo y lo vuelvo a lanzar, vuelvo a cojer el lápiz y lo estrello contra la pared. Cojo el lápiz y lo pongo en la mesa, después de estrellarrlo primero contra el suelo.
Hay cinco marcas en la pared, forman el cinco perfecto de un dado. El cinco siempre fue mi número.

Cojo una goma, intento borrar aquello y no borra, así que lo lanzo contra la pared. Mi furia es tal que cojo el borrador y lo vuelvo a lanzar. Y otra vez. Otro intento. Otro lanzamiento. Así hasta cinco veces. No quedaron marcas en la pared. Intento borrar los garabatos, nada.
Cojo el papel y lo tiro al suelo, cojo la goma y la tiro al suelo, cojo el lápiz y lo tiro donde había tirado el papel y el lápiz.

A la mañana siguiente cojo el papel y veo mi firma escrita en él y veo mina en el lápiz que tiré la noche anterior. Y veo mi goma limpia. Todo ello en el suelo, como yo cuando me volvió a entrar el sueño y me acosté junto mi lápiz, mi goma, mi papel y mi firma.

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