22.4.10

Duelo.

Tierra.
El Sol quema mi frente.
El viento quema mi nuca.
Calma.
Una nube se atreve a sobrevolar mi cabeza sola, pues es la única que se ve en el cielo.
La silueta de mi adversario se alza firme en el horizonte.
Su sombra cae bajo mis pies, la mía se extiende hasta el infinito.
Nada suena más allá de mi respiración y el viento abrasador arrastrando arena a mi cuerpo inmóvil ante el cuerpo inmóvil de mi contrincante. Ninguno se mueve, pues ninguno quiere recibir un disparo antes de tiempo.
El sudor de mi frente pasa a mi nariz y de ahí cae entre mis pies.
Se acerca el momento.
Acerco suavemente mi mano colgante en el aire hasta la pistola, él hace lo mismo.
Agarro firmemente la empuñadura y coloco mi dedo en el gatillo, él imita mis movimientos.
Si tenía algo de qué arrepentirme o de qué disfrutar me parece que ya es tarde para hacerlo, pues sólo tengo una oportunidad y me enfrento a dos enemigos: las balas y la muerte.
Cinco...

Cuatro...

Tres...

Dos...

Uno...


Cero.



Un cuerpo cae desplomado, el otro no.

1 comentario:

Hablad sin reparos.