No vino nadie.
A la semana siguiente les salte con lo mismo, la misma historia, la misma petición, la misma cantidad de vino en el cuerpo.
Ese día vino una persona, díjome que no tenía mucho y dióme un poco de dinero que guardé en un tarro.
A la siguiente semana les conté otra historia empapada en alcohol.
Ese día vinieron como diez personas.
Al mes ya tenía cuarenta fieles, al año eran más de cien. Decidí comprar un edificio donde adorar al señor.
Después de un tiempo ya era rico, iba de la botella de vino a la cama directamente y cada domingo contaba historias de las mías. Mataban por mi y por mis historias y mi edificio. La gente daba todo lo que tenía por no ir al infierno.
Tras un tiempo yo morí y otros siguieron mi religión.
Me siento orgulloso.
me encanta este texto
ResponderEliminarsí, siéntete orgulloso